Menuda tarde la que tuvimos el pasado sábado en
la hermosa localidad gaditana de Alcalá de los Gazules.
Nada más llegar, nos encontramos un “escenario”
bastante inestable que tuvimos que "tunear" para evitar caídas
innecesarias. Al enchufar nuestro teclado Roland en el cable de suministro
eléctrico que nos proporcionaba el ayuntamiento, ¡chispazo! ¡Olor a chamuscado!
¡Horror! Un pico de tensión acaba de malograr la placa central, el software. No
funciona ningún botón. De corbata, un nudo en la garganta. Cuando intentamos
cambiar de función, todo se pone a parpadear como una verbena. ¡Rayos y
centellas! Preguntamos, y en efecto, se están sufriendo
subidas de tensión por esta zona de la sierra que están echando a perder
(jorobando) electrodomésticos y otros aparatos eléctricos. Un currante de una
empresa de sonido que anda por allí para poner música en la plaza, nos lo
corrobora. Pues nada, adelante, quién dijo miedo. Hagamos la función sólo con
el sonido de piano. Menos mal, que al menos suena el piano. Qué se le va a
hacer. Mañana a las doce tenemos otra función en Los Barrios, es domingo, a ver
qué hacemos... pero bueno, ahí está, al
lío que nos coge el toro, y que mañana Dios reparta suerte.
Cuando ya empezábamos a asumir, a digerir la
amarga situación, nos disponemos a
cambiarnos para actuar. La primera en
hacerlo es María. Junto a la plaza donde vamos a trabajar hay un edificio
municipal en el cual podemos hacerlo dignamente. Ahora vengo, dice María. Pasan
unos minutos y la oímos desde el balcón. Se ha quedado encerrada en el cuarto
de baño. Al parecer no había pomo en la parte de dentro y es imposible abrir.
Para colmo de males, las llaves del edificio las ha dejado abajo puestas, por
dentro, y nadie puede subir para abrirle.
Llamamos al técnico de cultura, y después de un
inquietante suspiro telefónico, comienza las gestiones
para buscar una solución. Aparece un señor sonriente, es el
propietario de un bar colindante. Intenta abrir: nada. Nada de nada. Faltan
diez minutos para que comience la función, los niños están ahí mirando con
curiosidad hacia el balcón y María apoyada en la balaustrada, como una princesa
de cuento chino, esperando a un príncipe o a un cerrajero, que la liberen
de su efímera cautividad.
Cuando la cosa alcanza niveles de tensión
similares a los que acabaron con el pobre teclado, saca una pequeña navaja
suiza que tenía entre sus cosas y ésta obra el milagro. Abre la puerta, baja corriendo las escaleras, sale en olor de multitudes (lo de multitudes es un decir) y marcha con diligencia hacia el escenario, que más corre el galgo que el
mastín.